EL BOLSILLO IZQUIERDO
En forma de cuento escribí en la ocasión en que tuve que presentar esta columna. No tenía mucha tela de donde cortar para una opinión acerca de lo que en ese momento se presentaba en las noticias, así que me dirigí a mi buena e imaginaria banca de parque donde todo pasa… … he aquí otra de esas cosas que suceden.
DE REGRESO.
…Y nos encontrábamos sentados en la misma banca del parque; ella con el sol de frente – había decidido no sentarse en la parte en la que daba sombra el edificio contiguo – contando cierto relato de abandono y desazón; y yo, apacible, únicamente respiraba su historia.
Nos habíamos encontrado súbitamente mientras me sentaba en la banca que ella había elegido para tomar el sol. Su rostro estaba sonriente de lágrimas, deslumbrante ante ese sol que lentamente quemaba el daño de quincenas pasadas – en el último par de años había aprendido a contabilizar las fechas por medio de las fechas de pago -.
En cambio, para mí, ese día no había tenido nada en especial; salvo el instante aquel en que casi nos atropellaba (a unos cuantos y a mí) uno de esos camiones de servicio urbano, y los momentos en que mi miedo “animal” se había manifestado al ladrarme un perro y al abalanzarse sobre mí una de esas malditas palomas del parque; hechos ya bastante comunes y coloquiales, no obstante, eran lo más parecido a algo que pudiesen darle color al grisáceo día que había amanecido para mí, - juro que no volveré a levantarme por la parte de enfrente de la cama.
Cansado de buscar una aventura, y agotado de correr por aquella empinada subida después de oír el rugir de un perro enorme (basándome en el decibel de su consecuente ladrido), opte por buscar una sombra. El único rincón en que se asomaba un lúgubre espacio para descansar del quemante sol era a lado de esta mujer que estaba por conocer.
No puedo decir que no era bella, pero creo que todos sabemos aquí que alguien con un dejo de tristeza nunca ha de mostrar su mejor rostro. Ese siempre viene acompañado con el desfigurado semblante de una buena carcajada, y más si esta proviene de una burla con trasfondo de tragedia humana. En fin, no puedo decir que no era bella; lo que agradezco de sobremanera, digo, era una mujer bastante atractiva, y si bien me la hubiera topado en su rutina de alegría, no se que tantos malos pensamientos habrían pasado por mi cochambrosa mente.
Había dejado de llorar aproximadamente media hora atrás. El tostado de sus lágrimas lo delataban casi con exacta precisión. Yo me senté, un poco consumido por el temor infundido de aquellos pesados ladridos, y segundos después de un ataque aviar.
Al principio no me percate de su desconsuelo; eso sucedió cuando mi perversa naturaleza empezó con su accionar, y mi alocada lógica comenzó a preguntarse porque esta loca mujer – nótese ya como el calificativo predominaba – no había elegido la parte con sombra y dejar a algún mísero ser la parte con sol en este día con exceso de calor (en este caso yo). Estaba en eso cuando mire de reojo el rostro de esta loca mujer, estaba en eso cuando me percate que al parecer, ella ni siquiera sentía el calor de ese sol que quemaba su sonriente olor a tormento.
Al verse acompañada cerró sus ojos y agacho la mirada; pero no pudo contener el habla. Platicaba sola su desgracia, yo respiraba su historia de una manera apacible, tratando de entender el lenguaje extraño pero familiar con el que la contaba.
Éramos dos personas que se habían conocido como sólo las personas se pueden conocer; de una manera tan común que se convierte en especial.
Ella era una mujer bella, alejada por mucho de su hogar – lejos de casa como suele decir un amigo – y que cargaba un penar ajeno, no muy justo que digamos. Yo era un tipo asustado por lo coloquial y común de mi territorio – de mi casa –. Éramos dos personas que no se podían del todo definir…
…Y nos encontrábamos sentados en la misma banca del parque; ella con el sol de frente, y yo, en medio de las sombras…
En forma de cuento escribí en la ocasión en que tuve que presentar esta columna. No tenía mucha tela de donde cortar para una opinión acerca de lo que en ese momento se presentaba en las noticias, así que me dirigí a mi buena e imaginaria banca de parque donde todo pasa… … he aquí otra de esas cosas que suceden.
DE REGRESO.
…Y nos encontrábamos sentados en la misma banca del parque; ella con el sol de frente – había decidido no sentarse en la parte en la que daba sombra el edificio contiguo – contando cierto relato de abandono y desazón; y yo, apacible, únicamente respiraba su historia.
Nos habíamos encontrado súbitamente mientras me sentaba en la banca que ella había elegido para tomar el sol. Su rostro estaba sonriente de lágrimas, deslumbrante ante ese sol que lentamente quemaba el daño de quincenas pasadas – en el último par de años había aprendido a contabilizar las fechas por medio de las fechas de pago -.
En cambio, para mí, ese día no había tenido nada en especial; salvo el instante aquel en que casi nos atropellaba (a unos cuantos y a mí) uno de esos camiones de servicio urbano, y los momentos en que mi miedo “animal” se había manifestado al ladrarme un perro y al abalanzarse sobre mí una de esas malditas palomas del parque; hechos ya bastante comunes y coloquiales, no obstante, eran lo más parecido a algo que pudiesen darle color al grisáceo día que había amanecido para mí, - juro que no volveré a levantarme por la parte de enfrente de la cama.
Cansado de buscar una aventura, y agotado de correr por aquella empinada subida después de oír el rugir de un perro enorme (basándome en el decibel de su consecuente ladrido), opte por buscar una sombra. El único rincón en que se asomaba un lúgubre espacio para descansar del quemante sol era a lado de esta mujer que estaba por conocer.
No puedo decir que no era bella, pero creo que todos sabemos aquí que alguien con un dejo de tristeza nunca ha de mostrar su mejor rostro. Ese siempre viene acompañado con el desfigurado semblante de una buena carcajada, y más si esta proviene de una burla con trasfondo de tragedia humana. En fin, no puedo decir que no era bella; lo que agradezco de sobremanera, digo, era una mujer bastante atractiva, y si bien me la hubiera topado en su rutina de alegría, no se que tantos malos pensamientos habrían pasado por mi cochambrosa mente.
Había dejado de llorar aproximadamente media hora atrás. El tostado de sus lágrimas lo delataban casi con exacta precisión. Yo me senté, un poco consumido por el temor infundido de aquellos pesados ladridos, y segundos después de un ataque aviar.
Al principio no me percate de su desconsuelo; eso sucedió cuando mi perversa naturaleza empezó con su accionar, y mi alocada lógica comenzó a preguntarse porque esta loca mujer – nótese ya como el calificativo predominaba – no había elegido la parte con sombra y dejar a algún mísero ser la parte con sol en este día con exceso de calor (en este caso yo). Estaba en eso cuando mire de reojo el rostro de esta loca mujer, estaba en eso cuando me percate que al parecer, ella ni siquiera sentía el calor de ese sol que quemaba su sonriente olor a tormento.
Al verse acompañada cerró sus ojos y agacho la mirada; pero no pudo contener el habla. Platicaba sola su desgracia, yo respiraba su historia de una manera apacible, tratando de entender el lenguaje extraño pero familiar con el que la contaba.
Éramos dos personas que se habían conocido como sólo las personas se pueden conocer; de una manera tan común que se convierte en especial.
Ella era una mujer bella, alejada por mucho de su hogar – lejos de casa como suele decir un amigo – y que cargaba un penar ajeno, no muy justo que digamos. Yo era un tipo asustado por lo coloquial y común de mi territorio – de mi casa –. Éramos dos personas que no se podían del todo definir…
…Y nos encontrábamos sentados en la misma banca del parque; ella con el sol de frente, y yo, en medio de las sombras…
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