EL BOLSILLO IZQUIERDO
Esta columna sigue el mismo tenor que me explota cada que cambia el año. Esta es de diciembre del 2005.
MISMO AÑO, MISMA VIDA.
Muy al contrario de otras personas este año no me he consignado a la cruzada de ser más delgado, así como tampoco me he tendido a la suerte de tener una compañera, es más, en está usual pero ilusoria tradición de imposición de metas no pude aferrarme a ellas.
El asunto radica en que me harte de esos espejismos: observándome en el espejo con buen cuerpo, en forma, con salud, vistiendo un elegante traje y a mi lado, claro: Ella, alegre de que todo por fin se haya resuelto.
Me harté pues al reflejarme los últimos días de los últimos años vistiendo lo poco que me queda ya después de subir algunos kilos, con problemas de dinero, con las vagas esperanzas de que todo se resuelva milagrosamente el año que entra y sobre todo, solo.
Decidí u opte (usted decida), antes de que empezara el año que acaba de terminar, en no encomendarme a ninguna absurda meta. Así que termine el año sin poder aferrarme a la ilusión.
Muy a pesar de las maldiciones gitanas que me lanzaron mis más cercanos allegados por no realizar el puro pronunciamiento de tales promesas, me sentí bien y entendí, pues, muchas de esas frases del conocimiento popular para la auto-superación de las masas. Digamos que entendí eso de que uno debe aceptarse como es, ¿Qué acaso no se han percatado que la única vez del año en que todos se menosprecian es en la santa sepultura del año que termina? Todos quieren ser mejores de lo que son.
Creo, por consecuencia, que es a mitad del año, cuando se dan por vencidos, que empiezan con la frase esa de que “debes de quererte como eres”. Excepto claro en estas épocas de espiritualidad, fraternidad, paz y esperanza. Uno debe ser mejor el año que entra, en el nacimiento de los próximos 365 días de lo parecido uno debe de cambiar para ser todo menos lo que es ahora, uno debe embellecer, encontrar su futuro. Todo esto se irá perdiendo, claro esta que existe el cumpleaños (ese momento en algún lapso del año que nos lo recuerda).
El año pues se acabo y aún no logro entender por que eso de que es nuevo; todo lo que sigue aquí es más viejo de lo que era antes. En fin, hay que seguir la tradición porque sino existe esa otra de llamarte como ese monigote verde que nos impusieron los vecinos del norte.
Estamos en los días del Dogma, de lo irónico y hermosa y bellamente cómico, de las promesas sin futuro, de los regalos por compromiso, de las reuniones por obligación, de los adornos que dejaran en demasía basura y de las sonrisas que tendrán fin.
Así pues uno termina y empieza el año en el vicio de creer que el otro día será distinto sólo porque los demás lo creen junto con uno. Yo, por lo mientras, sigo envejeciendo, haciéndome cada vez más todo, menos nuevo.
El año pasado me prometí no prometer, así que no puedo prometerme no hacerlo el año que entra, creo que eso se realizará por pura moral, por querer seguir estando bien conmigo mismo, porque así me lo dicen muchas más veces en el año. Así estoy bien.
Muy al contrario de muchas otras personas, no me he enfrascado en la asfixia de las promesas, del posible futuro. Este año me aviento al ruedo sin saber que es lo que existe debajo. A oscuras se levantaran los próximos días, a oscuras estaré sin saber realmente que es lo que pasará mañana. Como siempre.
Esta columna sigue el mismo tenor que me explota cada que cambia el año. Esta es de diciembre del 2005.
MISMO AÑO, MISMA VIDA.
Muy al contrario de otras personas este año no me he consignado a la cruzada de ser más delgado, así como tampoco me he tendido a la suerte de tener una compañera, es más, en está usual pero ilusoria tradición de imposición de metas no pude aferrarme a ellas.
El asunto radica en que me harte de esos espejismos: observándome en el espejo con buen cuerpo, en forma, con salud, vistiendo un elegante traje y a mi lado, claro: Ella, alegre de que todo por fin se haya resuelto.
Me harté pues al reflejarme los últimos días de los últimos años vistiendo lo poco que me queda ya después de subir algunos kilos, con problemas de dinero, con las vagas esperanzas de que todo se resuelva milagrosamente el año que entra y sobre todo, solo.
Decidí u opte (usted decida), antes de que empezara el año que acaba de terminar, en no encomendarme a ninguna absurda meta. Así que termine el año sin poder aferrarme a la ilusión.
Muy a pesar de las maldiciones gitanas que me lanzaron mis más cercanos allegados por no realizar el puro pronunciamiento de tales promesas, me sentí bien y entendí, pues, muchas de esas frases del conocimiento popular para la auto-superación de las masas. Digamos que entendí eso de que uno debe aceptarse como es, ¿Qué acaso no se han percatado que la única vez del año en que todos se menosprecian es en la santa sepultura del año que termina? Todos quieren ser mejores de lo que son.
Creo, por consecuencia, que es a mitad del año, cuando se dan por vencidos, que empiezan con la frase esa de que “debes de quererte como eres”. Excepto claro en estas épocas de espiritualidad, fraternidad, paz y esperanza. Uno debe ser mejor el año que entra, en el nacimiento de los próximos 365 días de lo parecido uno debe de cambiar para ser todo menos lo que es ahora, uno debe embellecer, encontrar su futuro. Todo esto se irá perdiendo, claro esta que existe el cumpleaños (ese momento en algún lapso del año que nos lo recuerda).
El año pues se acabo y aún no logro entender por que eso de que es nuevo; todo lo que sigue aquí es más viejo de lo que era antes. En fin, hay que seguir la tradición porque sino existe esa otra de llamarte como ese monigote verde que nos impusieron los vecinos del norte.
Estamos en los días del Dogma, de lo irónico y hermosa y bellamente cómico, de las promesas sin futuro, de los regalos por compromiso, de las reuniones por obligación, de los adornos que dejaran en demasía basura y de las sonrisas que tendrán fin.
Así pues uno termina y empieza el año en el vicio de creer que el otro día será distinto sólo porque los demás lo creen junto con uno. Yo, por lo mientras, sigo envejeciendo, haciéndome cada vez más todo, menos nuevo.
El año pasado me prometí no prometer, así que no puedo prometerme no hacerlo el año que entra, creo que eso se realizará por pura moral, por querer seguir estando bien conmigo mismo, porque así me lo dicen muchas más veces en el año. Así estoy bien.
Muy al contrario de muchas otras personas, no me he enfrascado en la asfixia de las promesas, del posible futuro. Este año me aviento al ruedo sin saber que es lo que existe debajo. A oscuras se levantaran los próximos días, a oscuras estaré sin saber realmente que es lo que pasará mañana. Como siempre.
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