EL BOLSILLO IZQUIERDO
Un día bien me puse a pensar lo humano que somos con el amor, cuantas veces dejamos que nos arrolle con la misma rutina y con las mismas manías. Recordé todos los pretextos que me han dado para no formalizar, percatándome que siempre ha sido el mismo. ¡Que originalidad tiene el romance!
IMPULSOS.
El otro día conmemoraba todas aquellas tristes frases con las que me he topado en mí andar. De esa forma, simplemente arribaron a mi aletargada razón de ser, todos aquellos saludos truncados por despedidas improvisadas, sonrisas perdidas en pos de una ajena alegría, y la etérea combinación de todos los caminos desviados con el simple objetivo de seguir adelante sin importar el fin.
En el bucólico transito de los años, no he dejado de compilar todos esos amargos ratos en hojas color ámbar; adornadas todas ellas, claro, por una pequeña tira de texto casi no legible y una especie de croquis, señalando el órgano vital malherido: el que desangra por escuchar el llamado que no le pertenecía y que constantemente rompe los eslabones del silencio con fuertes rutas musicales de sufrimiento y añoranza.
En el deambular, ocasionalmente evoco esos pequeños fragmentos de tiempo que han encaminado irregularmente el contento del estar, del ser uno más de lo que al mirarse a la cara, en esa rutinaria mesa de desayuno que es el mundo, tan sólo se dicen con la mirada: yo también he llorado y sufrido por llorar.
Somos frágiles, tan frágiles, que solemos olvidarnos de nosotros mismos con un par de tragos corrientes en el bar de siempre. Al que hemos de visitar cuando la sed de sonrisas ha secado ya el tanque de las satisfacciones.
El otro día conmemoraba ahí, en esa lúgubre entidad, todas aquellas tristes frases con las que me he topado, con las que he cruzado espadas en una lucha que nada ni nadie puede ganar, nada ni nadie más que el deseo de seguir soñando con un recuerdo que jamás sucedió.
Ese día estábamos sentados todos, y digo todos; completamente entero el séquito que ha conformado mi rutina por los últimos años. Jamás lo había notado, pero nuestros apodos bien pueden conformar una especie de quinta fantasmal; un lugar donde es mejor llegar muerto para vivir de los recuerdos - que vivo y morir por recordar.
Antes solíamos reír, ahora solemos recordar cuando las risas eran el motivo de las juntas, cuando las razones de la risa obligada y nada sincera, era el camino elegido para sacar del bache a alguno del clan. Hoy las cosas son distintas, tal vez hemos optado por reír sinceramente y tan sólo, muy de vez en cuando, recordar las penas, dejando atrás el aguarrás malgastado por aquellos saludos truncados por despedidas improvisadas, sonrisas perdidas en pos de una ajena alegría y la etérea combinación de todos los caminos desviados, con el simple objetivo de seguir adelante sin importar el fin.
Así me encontraba el otro día, escribiendo en una servilleta vieja, toda esa tristeza nueva, todo aquel olor a tierra revuelta por el arrastrar de mis pies. Las fuerzas se habían marchado, pero mis manos aún sujetaban el aire que rozaba las mejillas de Ella en algún otro lugar.
Como siempre, las sonrisas sedimentadas en el fondo del vaso lo apagaron todo. Al poco tiempo me empecé a acordar de todas aquellas otras frases que me han retorcido en el origen de la sangre que me levanta a diario, las escribí en otra de esas servilletas usadas y le prendí fuego, fume el humo, me encargue de agotar las sonrisas, y después, de la nada, me encontraba con una ligera mueca de maldad en la risa.
Entre abrazos, tragos, cometarios maliciosos, maldiciones gitanas no creíbles y carcajadas, se me fueron acabando los pretextos como para jurarme jamás volver a pensar en Ella. Siendo sincero, tal vez mañana lo haga, tal vez mañana cambie de nombre, forma, sentido, aliento y aroma. Y ahí estaremos, de nueva cuenta, amarrados a la vida que escogimos y recopilando una vez más todas aquellas frases que nos han de hacer reír años después, cuando la conjugación de los tiempos cambie y seamos tan sólo, al igual que todos, un mero motivo para seguir sufriendo a veces y sonriendo en otras.
Un día bien me puse a pensar lo humano que somos con el amor, cuantas veces dejamos que nos arrolle con la misma rutina y con las mismas manías. Recordé todos los pretextos que me han dado para no formalizar, percatándome que siempre ha sido el mismo. ¡Que originalidad tiene el romance!
IMPULSOS.
El otro día conmemoraba todas aquellas tristes frases con las que me he topado en mí andar. De esa forma, simplemente arribaron a mi aletargada razón de ser, todos aquellos saludos truncados por despedidas improvisadas, sonrisas perdidas en pos de una ajena alegría, y la etérea combinación de todos los caminos desviados con el simple objetivo de seguir adelante sin importar el fin.
En el bucólico transito de los años, no he dejado de compilar todos esos amargos ratos en hojas color ámbar; adornadas todas ellas, claro, por una pequeña tira de texto casi no legible y una especie de croquis, señalando el órgano vital malherido: el que desangra por escuchar el llamado que no le pertenecía y que constantemente rompe los eslabones del silencio con fuertes rutas musicales de sufrimiento y añoranza.
En el deambular, ocasionalmente evoco esos pequeños fragmentos de tiempo que han encaminado irregularmente el contento del estar, del ser uno más de lo que al mirarse a la cara, en esa rutinaria mesa de desayuno que es el mundo, tan sólo se dicen con la mirada: yo también he llorado y sufrido por llorar.
Somos frágiles, tan frágiles, que solemos olvidarnos de nosotros mismos con un par de tragos corrientes en el bar de siempre. Al que hemos de visitar cuando la sed de sonrisas ha secado ya el tanque de las satisfacciones.
El otro día conmemoraba ahí, en esa lúgubre entidad, todas aquellas tristes frases con las que me he topado, con las que he cruzado espadas en una lucha que nada ni nadie puede ganar, nada ni nadie más que el deseo de seguir soñando con un recuerdo que jamás sucedió.
Ese día estábamos sentados todos, y digo todos; completamente entero el séquito que ha conformado mi rutina por los últimos años. Jamás lo había notado, pero nuestros apodos bien pueden conformar una especie de quinta fantasmal; un lugar donde es mejor llegar muerto para vivir de los recuerdos - que vivo y morir por recordar.
Antes solíamos reír, ahora solemos recordar cuando las risas eran el motivo de las juntas, cuando las razones de la risa obligada y nada sincera, era el camino elegido para sacar del bache a alguno del clan. Hoy las cosas son distintas, tal vez hemos optado por reír sinceramente y tan sólo, muy de vez en cuando, recordar las penas, dejando atrás el aguarrás malgastado por aquellos saludos truncados por despedidas improvisadas, sonrisas perdidas en pos de una ajena alegría y la etérea combinación de todos los caminos desviados, con el simple objetivo de seguir adelante sin importar el fin.
Así me encontraba el otro día, escribiendo en una servilleta vieja, toda esa tristeza nueva, todo aquel olor a tierra revuelta por el arrastrar de mis pies. Las fuerzas se habían marchado, pero mis manos aún sujetaban el aire que rozaba las mejillas de Ella en algún otro lugar.
Como siempre, las sonrisas sedimentadas en el fondo del vaso lo apagaron todo. Al poco tiempo me empecé a acordar de todas aquellas otras frases que me han retorcido en el origen de la sangre que me levanta a diario, las escribí en otra de esas servilletas usadas y le prendí fuego, fume el humo, me encargue de agotar las sonrisas, y después, de la nada, me encontraba con una ligera mueca de maldad en la risa.
Entre abrazos, tragos, cometarios maliciosos, maldiciones gitanas no creíbles y carcajadas, se me fueron acabando los pretextos como para jurarme jamás volver a pensar en Ella. Siendo sincero, tal vez mañana lo haga, tal vez mañana cambie de nombre, forma, sentido, aliento y aroma. Y ahí estaremos, de nueva cuenta, amarrados a la vida que escogimos y recopilando una vez más todas aquellas frases que nos han de hacer reír años después, cuando la conjugación de los tiempos cambie y seamos tan sólo, al igual que todos, un mero motivo para seguir sufriendo a veces y sonriendo en otras.
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