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viernes, 14 de septiembre de 2007

La Leyenda de 1900

REDONDO

La leyenda de 1900.
(La Leggenda del pianista su´ll oceano.
Giuseppe Tornatore, 1998).

En una parte clave de la película, Max Tunning – el entonador principal de esta película como bien dice su nombre – y 1900, un hombre que nuca existió, imaginan los escenarios y pormenores de un futuro tan común como el de todos los hombres; ¿vendrás a visitarme?, se preguntan; mientras se figuran habituados a una vida que no será. El destino, pues, se ha trazado ya en aras de la leyenda, de un futuro obituario jamás escrito, jamás leído pero siempre contado. El pasado revisitado se encuentra con el presente en el mismo escenario de todo encuentro y la leyenda se desfonda – tornándose real a cada instante. Luego la explosión, lo perenne, lo realmente indestructible.
Giuseppe Tornatore exterioriza, en esta su octava película, una más de sus bellas y melódicas fabulas. En está ocasión, se da a la tarea de personificar la sutil y volátil voz del océano - el grito del mar que no todos pueden escuchar - y la inexistente presencia de hombre que esperó toda su vida para poder contestar su destino de la única forma en que podría; tocando el piano bajo la lectura implícita de las partituras de la esencia humana. La música es, pues, el lenguaje escogido para poder contarnos está historia que se nos narra desde los maltratados recuerdos de nuestro entonador; Max Tunning, un hombre decidido a olvidar.
El océano convertido en el universo - permisible de todo lo que en el pudiese caber - es tan sólo el pretexto inicial para delimitar lo que será el pequeño mundo (en cuanto a escala) de una infancia jamás rebasada. El barco es y será el terreno que nunca ha de abandonar una leyenda flotante. Al fin de cuentas, es la voz de Max la que le da vida; ¿qué nos hace saber que en realidad todo eso que nos narra realmente sucedió, qué en efecto juntos se balancearon con el oleaje bajo las tonalidades de una música que jamás fue escuchada por el mundo, el mundo real, el terrestre? Estamos inmersos, claramente, en los no olvidados recuerdos de un hombre cuyo destino fue conocer a alguien que nunca sería sin su presencia. Nos hundimos en la premisa humana de querer salvar parte de la vida ya dejada, en las nobles razones de un enmudecido ser -pues ha vendido ya su instrumento-. En la eterna incógnita de la elección correcta, de los límites de una vida que sabemos, un día ha de finalizar ¿Qué elegir entre tanta oportunidad?
Siendo el mundo el piano de Dios, el terreno de un hombre se delimita, pues, por los pasos de una vida, es por eso que viajamos; para no perder la fe ni la esperanza de llegar a más, para poder gritar en conjunto la ilusión de la primera vista, aunque en efecto, hay alguien que siempre la ve primero. ¿Vendrás a visitarme?, se preguntan; sin saber -en la obviedad del momento- que esa es la visita, la única y ultima. Nosotros, únicamente, hemos sido el testigo del viaje.
1900, pues, no existe nunca en la trama; es un sombrío y callado ser que nunca desnuca en la vida ágil del océano (de su universo), es un momento en la vida de un hombre que nos vende en los primeros minutos su vida (entregando su trompeta), es una marca que no significa nada (unas iniciales sin concepto), es el año con el que inicia otro siglo (que no sabemos que depara), es el legado de un hombre destinado a encontrarlo, educarlo en la enorme cuna que es -y que será su mundo- para posteriormente morir. 1900 es su propio destino, es el único fantasma vivo en el Virginia, su hogar. Solamente le hace falta morir.
En la fabula de Tornatore, los vivos no conocen sus límites; hacen ciudades que no quieren tengan fin, pretenden seguir creyendo en su falaz inmortalidad, se dan el lujo de flotar sobre el océano y de escuchar la voz del mar; de elegir si ocultan o no sus secretos. Ostentan aquello llamado amor, abandonan sus inhibiciones y conjuran con ello el orgullo, la banalidad, la sombra que perpetuamente nos radicaliza como seres vivientes. 1900 no era en si un ser como todos, podía ser cualquier cosa menos tradición, había dejado en el puerto toda su humanidad - justo en el sitio en que los hombres hacían nacer su esperanza; América.
1900 nunca logra ser, se mantiene únicamente como leyenda, en un relato generacional que ha perdido su real grado de insignificancia, inscribiéndose en el grito del mar. Estando vivo, sólo le hacía falta volver a el.
La leyenda del pianista del océano de Giuseppe Tornatore agrada porque nunca quebranta ni pone en duda el esquema de su relato – en ocasiones mágico, en ocasiones susceptible. Nos mantiene encerrados en un tenue grito de libertad que se agranda con el amor y se acalla con la inmensa realidad, con el azar implícito de la vida. Es un cuento traído y llevado por el mar, una voz que escucha y habla, es pues, la carta metida en la botella. El testimonio, en si, de la vida común.

La leyenda de 1900 de Giuseppe Tornatore
Calificación: 3.5 de 5 (Buena).

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