EL BOLSILLO IZQUIERDO
Es de muchos conocido (y si no, sépanlo), que una de mis más grande inquietudes - y sueños guajiros - es visitar el espacio; observar el mundo como el todo que es realmente y derribar las fronteras visualmente por fin – tal vez de esa manera encontrase mí paz eterna. Pues bien, frente a está alegórica esperanza, escribí hace poco esta columna que me retrata en el regreso de ese viaje espacial imaginado. Mi humor negro obviamente combatió el deseo y ganó el poder. Heme, pues, en este regreso, muriendo en el reintegro de la nave a la atmósfera terrestre.
ODISEA.
El otro día soñé que moría, que lentamente me iba desmembrando despierto; observando con plena conciencia como me despedazaba tranquilamente, en un soplo, en un último suspiro. Nada quedaba de mí, me convertía en esa ceniza que bien dicen fue siempre mi origen. Y efectivamente creí - a medias - en ese añejo y sabio ritual de que cuando uno se va, nada se lleva consigo. Creí a medias porque, en primera, era un sueño. Nada que pudiese palpar con mis manos y decir, ¡es cierto! Me estoy yendo, alejando; poco a poco se separan de mí todos esos pedazos de cuerpo que alguna vez me ayudaron a coexistir con todos esos seres de vagos y bajos pensamientos de los que también fui parte. Empero, en la belleza del sueño, ya no lo era; me estaba yendo. Y todo, lentamente, se iba de mí, nada había de llevarme. Mientras todo ese pequeño espacio se llenaba de mis retazos, yo serenamente cerraba los ojos, no quería que se fuesen. Mí deseo (en un onírico pensar) era que aquellos que me hicieron observar - y observarme - fueran los últimos en despedirse, pues en primera, lo que anhelaba, era ver como todo lo demás se iba de mí. Digamos que un último acto de banalidad ensombrecía mi partida, que puedo decir, mi humanidad fue contagiada de insignificancia, trivialidad y corruptela de embrionaria manera. Aunque, debo advertir que tal puerilidad era también parte de un ritmo de partida; a la par que deseaba observar como todo se retiraba de su natural ubicación (lo que hacía que cuestionara a la propia naturaleza), apetecía de cerrar esos parpados para poder recordar todo esos momentos tragicómicos, que a la par de esos grandes y pequeños pedazos que se marchaban con dolor, se iban para siempre de mí. Entonces me percate que estaba soñando en el mismo sueño, que estaba anhelando en el mismo deseo y que en efecto, como siempre, esa sabiduría popular estaba en lo correcto en un 50 por ciento. Nada había de llevarme, todas esas cosas materiales desaparecían al mismo tiempo que los miembros que alguna vez sostuvo el alma. Empero, todas esas experiencias que sostienen es lo que ha de hacernos inmortales, también se alejaban; sin un despido formal, sin un hasta luego. Únicamente con un dolor más agudo que la carne, la sangre y los huesos. Esa inmortalidad quedará en la tierra me dije, y trate de sonreír con mis faltantes labios; meramente con los dientes más aguerridos que aún podían sostenerse al destino. ¿Qué pasará entonces cuando todos los que bien me conocieron, mueran? ¿Seré una leyenda a caso; una de esas retóricas figuras que la historia hace por bien cambiar en su discurso melodramático de toda la vida? ¿Seré del bando bueno o del bando malo? ¿Qué será de todos cuando todos hagamos por bien desparecer? ¿Quedará escrito algo de nosotros? Posiblemente una especia más avanzada aparezca, y a diferencia de nosotros, miren a futuro, jamás se detendrán a escudriñar en el suelo y polvo del pasado. Si así fuese, nunca se sabrá de mí, o de alguien. Una gota de sangre flotaba alrededor de un pedazo de piel ya marchito. En mi sueño yo regresaba del espacio, en una de esas sesenteras naves que poco se recuerdan. Con mis ojos entreabiertos sentía el calor y empezaba a observar esa muerte anunciada. Cuando mis ojos empezaban a partir, no tuve a mejor hacer que abrir los parpados sobrantes y voltear a mi costado. Ella estaba ahí, viva, observando de igual manera como su cuerpo se iba. Mi mirada se alejo justo cuando ella volteo a mirarme, tal vez para despedirse, tal vez para decirme la verdad en una pequeña frase que no pude alcanzar a leer con mis ojos ya idos. Una duda, que tampoco he de llevarme. Empero estaba vivo, soñando, y esa duda me despertó. Con el interés de querer conocer la verdad, pero con el miedo de seguir viviendo. Todo seguía igual.
Es de muchos conocido (y si no, sépanlo), que una de mis más grande inquietudes - y sueños guajiros - es visitar el espacio; observar el mundo como el todo que es realmente y derribar las fronteras visualmente por fin – tal vez de esa manera encontrase mí paz eterna. Pues bien, frente a está alegórica esperanza, escribí hace poco esta columna que me retrata en el regreso de ese viaje espacial imaginado. Mi humor negro obviamente combatió el deseo y ganó el poder. Heme, pues, en este regreso, muriendo en el reintegro de la nave a la atmósfera terrestre.
ODISEA.
El otro día soñé que moría, que lentamente me iba desmembrando despierto; observando con plena conciencia como me despedazaba tranquilamente, en un soplo, en un último suspiro. Nada quedaba de mí, me convertía en esa ceniza que bien dicen fue siempre mi origen. Y efectivamente creí - a medias - en ese añejo y sabio ritual de que cuando uno se va, nada se lleva consigo. Creí a medias porque, en primera, era un sueño. Nada que pudiese palpar con mis manos y decir, ¡es cierto! Me estoy yendo, alejando; poco a poco se separan de mí todos esos pedazos de cuerpo que alguna vez me ayudaron a coexistir con todos esos seres de vagos y bajos pensamientos de los que también fui parte. Empero, en la belleza del sueño, ya no lo era; me estaba yendo. Y todo, lentamente, se iba de mí, nada había de llevarme. Mientras todo ese pequeño espacio se llenaba de mis retazos, yo serenamente cerraba los ojos, no quería que se fuesen. Mí deseo (en un onírico pensar) era que aquellos que me hicieron observar - y observarme - fueran los últimos en despedirse, pues en primera, lo que anhelaba, era ver como todo lo demás se iba de mí. Digamos que un último acto de banalidad ensombrecía mi partida, que puedo decir, mi humanidad fue contagiada de insignificancia, trivialidad y corruptela de embrionaria manera. Aunque, debo advertir que tal puerilidad era también parte de un ritmo de partida; a la par que deseaba observar como todo se retiraba de su natural ubicación (lo que hacía que cuestionara a la propia naturaleza), apetecía de cerrar esos parpados para poder recordar todo esos momentos tragicómicos, que a la par de esos grandes y pequeños pedazos que se marchaban con dolor, se iban para siempre de mí. Entonces me percate que estaba soñando en el mismo sueño, que estaba anhelando en el mismo deseo y que en efecto, como siempre, esa sabiduría popular estaba en lo correcto en un 50 por ciento. Nada había de llevarme, todas esas cosas materiales desaparecían al mismo tiempo que los miembros que alguna vez sostuvo el alma. Empero, todas esas experiencias que sostienen es lo que ha de hacernos inmortales, también se alejaban; sin un despido formal, sin un hasta luego. Únicamente con un dolor más agudo que la carne, la sangre y los huesos. Esa inmortalidad quedará en la tierra me dije, y trate de sonreír con mis faltantes labios; meramente con los dientes más aguerridos que aún podían sostenerse al destino. ¿Qué pasará entonces cuando todos los que bien me conocieron, mueran? ¿Seré una leyenda a caso; una de esas retóricas figuras que la historia hace por bien cambiar en su discurso melodramático de toda la vida? ¿Seré del bando bueno o del bando malo? ¿Qué será de todos cuando todos hagamos por bien desparecer? ¿Quedará escrito algo de nosotros? Posiblemente una especia más avanzada aparezca, y a diferencia de nosotros, miren a futuro, jamás se detendrán a escudriñar en el suelo y polvo del pasado. Si así fuese, nunca se sabrá de mí, o de alguien. Una gota de sangre flotaba alrededor de un pedazo de piel ya marchito. En mi sueño yo regresaba del espacio, en una de esas sesenteras naves que poco se recuerdan. Con mis ojos entreabiertos sentía el calor y empezaba a observar esa muerte anunciada. Cuando mis ojos empezaban a partir, no tuve a mejor hacer que abrir los parpados sobrantes y voltear a mi costado. Ella estaba ahí, viva, observando de igual manera como su cuerpo se iba. Mi mirada se alejo justo cuando ella volteo a mirarme, tal vez para despedirse, tal vez para decirme la verdad en una pequeña frase que no pude alcanzar a leer con mis ojos ya idos. Una duda, que tampoco he de llevarme. Empero estaba vivo, soñando, y esa duda me despertó. Con el interés de querer conocer la verdad, pero con el miedo de seguir viviendo. Todo seguía igual.
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