EL BOLSILLO IZQUIERDO
Esta columna me agradó a primera instancia ya que me burlaba mucho de mí mismo. En primera me criticaba sobre ya varios escritos prediciendo el fin del mundo. Así que ahondado en que escribiría de nueva cuenta sobre el tema, decidí ponerme donde mucho no han de querer, justo frente al creador, helo aquí.
COMO DICE LA CANCIÓN…
Por si acaso, yo ya fui por unas láminas bastante largas para crear mi salvación; al parecer, el fin del mundo se acerca…
Lo sé, lo sé de muy buena fuente; siempre he empleado está frase para disfrazar mi real temor a aquel hipotético - espero - momento del juicio final. Y es que a pesar de lo que me cuenten sus interventores de fe, siempre he de imaginarme a lado de este creador de barro humano (posiblemente infértil para el bien), en un estado de pavor total; con todo y sudorcito frío en las manos - y es que no puedo imaginarme repelando todas esas oportunidades de amor a las que me negué.
– Lo siento mi amo, pero es que no me gustan mucho las europeas a las que les atraen los latinos. Tan sólo pedía una paisana bien dotada de cariño, o en su defecto, una extranjera en estado puro, y correctamente “equipada”, a la cual brindarle mí más carnal apego.
En realidad creo que el mundo ha llegado a uno de esos puntos en que no hay más que agarrarse de los grasosos barandales de la fe, y dejar que las entrañas se acomoden en algún costado, mientras uno no tiene de otra que soportar la caída junto al contiguo compañero de experiencia, el cual se pone verde de vértigo mientras se me acerca el final de dicha caída. –No se apure compañero, le digo, la que viene es peor, peor, mucho peor…
Pero es que cual loco barbudo, canoso y poco higiénico profeta de película de verano, me he topado con varios signos que no me hacen creer otra cosa más que el hecho de que una de esas caídas, se acerca. Y en efecto, cual cliché de maniático hollywoodense, los acontecimientos con que me he topado en las noticias como una “mera coincidencia” en últimas fechas; no creo lo sean. Mis más profundos temores se me han presentado como una visión elegantemente aterrante, cual suave reto de guante blanco que enrojece mis mejillas y calienta levemente mí orgullo. – Si yo aún no quiero morir, dejen de moverme el piso.
Todo comenzó la semana pasada al ver el puente este de los norteños vecinillos venirse abajo. .- “¡No! Si allá los hacen a conciencia. No vaya a ser que de pronto allá en la capital lo que tengamos sea un doble aljibe, y seco para acabarla de amolar…” Me comentaba un cercano amigo horas antes de enterarnos que una de las victimas era mexicana. .- “Mínimo se hubiera venido acá a la ciudad, por lo menos sabía que corría ese riesgo…” Concluyó posteriormente.
Después me entero de unos asesinatos y robos muy cerca de donde viví en mis años mozos de infante impopular (claro que una de esas dos cosas cambiaría acomode lugar). Y me dije.- “No me estará persiguiendo la muerte”. Y más con la paranoia de hace un mes que muchos de mis allegados, y sus hijos y sus familiares enfermaron de varicela, y a mí que nunca me ha dado.
Entonces, ahondado a está demencia momentánea - a la que mis camaradas siempre han de mencionar como constante - me sentenció a un rato de descanso en mí casa. Me relajo y me paso un buen tiempo conmigo mismo, es más, por unas cuantas horas disfrute del espectacular ensayo que es la vida; veía al sol desaparecer lentamente. Y fue entonces que me entero de la futura boda de aquellos que quisieron aplicarnos, en sus tiempos, la futura campaña gaucha. La fe se ha derramado en los frágiles barandales de la futura caída.
Mientras tanto ya le puse unas láminas bien gruesas y bien largas (o altas si es que se ponen para arriba) a mí coche. Ya saben, por aquello de que sí se quiere caer el puente, mínimo tenga la esperanza de volar unos segundillos, y sentir que sigo vivo mientras los demás empiezan con el juicio sumario en que rendiré mis cuentas al amor.
Esta columna me agradó a primera instancia ya que me burlaba mucho de mí mismo. En primera me criticaba sobre ya varios escritos prediciendo el fin del mundo. Así que ahondado en que escribiría de nueva cuenta sobre el tema, decidí ponerme donde mucho no han de querer, justo frente al creador, helo aquí.
COMO DICE LA CANCIÓN…
Por si acaso, yo ya fui por unas láminas bastante largas para crear mi salvación; al parecer, el fin del mundo se acerca…
Lo sé, lo sé de muy buena fuente; siempre he empleado está frase para disfrazar mi real temor a aquel hipotético - espero - momento del juicio final. Y es que a pesar de lo que me cuenten sus interventores de fe, siempre he de imaginarme a lado de este creador de barro humano (posiblemente infértil para el bien), en un estado de pavor total; con todo y sudorcito frío en las manos - y es que no puedo imaginarme repelando todas esas oportunidades de amor a las que me negué.
– Lo siento mi amo, pero es que no me gustan mucho las europeas a las que les atraen los latinos. Tan sólo pedía una paisana bien dotada de cariño, o en su defecto, una extranjera en estado puro, y correctamente “equipada”, a la cual brindarle mí más carnal apego.
En realidad creo que el mundo ha llegado a uno de esos puntos en que no hay más que agarrarse de los grasosos barandales de la fe, y dejar que las entrañas se acomoden en algún costado, mientras uno no tiene de otra que soportar la caída junto al contiguo compañero de experiencia, el cual se pone verde de vértigo mientras se me acerca el final de dicha caída. –No se apure compañero, le digo, la que viene es peor, peor, mucho peor…
Pero es que cual loco barbudo, canoso y poco higiénico profeta de película de verano, me he topado con varios signos que no me hacen creer otra cosa más que el hecho de que una de esas caídas, se acerca. Y en efecto, cual cliché de maniático hollywoodense, los acontecimientos con que me he topado en las noticias como una “mera coincidencia” en últimas fechas; no creo lo sean. Mis más profundos temores se me han presentado como una visión elegantemente aterrante, cual suave reto de guante blanco que enrojece mis mejillas y calienta levemente mí orgullo. – Si yo aún no quiero morir, dejen de moverme el piso.
Todo comenzó la semana pasada al ver el puente este de los norteños vecinillos venirse abajo. .- “¡No! Si allá los hacen a conciencia. No vaya a ser que de pronto allá en la capital lo que tengamos sea un doble aljibe, y seco para acabarla de amolar…” Me comentaba un cercano amigo horas antes de enterarnos que una de las victimas era mexicana. .- “Mínimo se hubiera venido acá a la ciudad, por lo menos sabía que corría ese riesgo…” Concluyó posteriormente.
Después me entero de unos asesinatos y robos muy cerca de donde viví en mis años mozos de infante impopular (claro que una de esas dos cosas cambiaría acomode lugar). Y me dije.- “No me estará persiguiendo la muerte”. Y más con la paranoia de hace un mes que muchos de mis allegados, y sus hijos y sus familiares enfermaron de varicela, y a mí que nunca me ha dado.
Entonces, ahondado a está demencia momentánea - a la que mis camaradas siempre han de mencionar como constante - me sentenció a un rato de descanso en mí casa. Me relajo y me paso un buen tiempo conmigo mismo, es más, por unas cuantas horas disfrute del espectacular ensayo que es la vida; veía al sol desaparecer lentamente. Y fue entonces que me entero de la futura boda de aquellos que quisieron aplicarnos, en sus tiempos, la futura campaña gaucha. La fe se ha derramado en los frágiles barandales de la futura caída.
Mientras tanto ya le puse unas láminas bien gruesas y bien largas (o altas si es que se ponen para arriba) a mí coche. Ya saben, por aquello de que sí se quiere caer el puente, mínimo tenga la esperanza de volar unos segundillos, y sentir que sigo vivo mientras los demás empiezan con el juicio sumario en que rendiré mis cuentas al amor.
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