Replicantes.

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España, 2009.

Sunset Boulevard

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El que Busca Encuentra

sábado, 1 de septiembre de 2007

Un Extraño Cuento sobre un Amor lejano.

VÍA LIBRE

Que más se puede decir, un cuento no tan logrado que después se modificó para que fuese más sólido. No obstante, esta es la primera versión; el borrador original.

UN EXTRAÑO CUENTO SOBRE UN AMOR LEJANO.
Marzo, 2007.

Posiblemente ella se fue un día de sequía, observando el temporal que se avecinaba a lo lejos, imaginando la tormenta. Llanamente, en su imaginación, no debió existir otro pensamiento más que aquel que se llena de las ganas de alejarse del calor, del color de la tierra que nos quita por años del camino. A menudo la recuerdo tomando aquellos horizontes que nunca optamos por visitar, en esos territorios que quedan debajo del norte y encima del sur.
Cuando me preguntan por ella suelo acomodarme en mi silla y frotarme las cicatrices que dejó al marcharse, siempre con una sonrisa mencionó su nombre, no podría hacerlo de otra manera.
Jamás he contado las veces que he tenido que relatar su historia, pero siempre la comienzo de manera distinta. En ocasiones digo que la conocí en la calle, tropezándonos. Ya saben, yo la derribo, ella tira sus papeles, yo otros, entonces nos vemos, nos hablamos, nos sonreímos. Otras veces viajo a una sierra nevada, aunque es de todos sabido que jamás he tocado la nieve, suelo mencionar que en esa ocasión estaba solo, esperando un poco de calor, y ella, cayó del cielo, aunque en realidad estaba perdida. En otros momentos narro todo en un estacionamiento, ambos habíamos perdido la ubicación del coche, misteriosamente teníamos el mismo modelo, del mismo color y con una placa muy similar, sólo un número cambiaba y ese ya estaba medio borroso en ambos vehículos. Suelo también decir que la conocí en una persecución. Ayudaba a una anciana a recuperar su bolso cuando derrumbe al ladrón y le arrebate en el suelo el motín, sin darme cuenta estaba a sus pies. En pequeñas instancias del relato me refiero como un héroe para ella, ¿mencione que yo era su héroe?
Mentiría en todo caso si no dijera que la ame; un corazón unido con un hilo es bastante prueba como para negármelo. A menudo veo su silueta en la estación del tren, ella se prepara para dejarme, alejarse de toda esta vida que llevamos juntos. Es entonces que recuerdo que el tren ya no existe y no hago nada, dejo que su silueta me abandone al igual que la dejé irse, posiblemente, en un día de sequía.
Mario es el nombre de aquel que me acompaña siempre en el bar, es un tipo retraído que cambia de rostro cada noche. En ocasiones me reconoce, pero siempre hace lo posible por escabullirse a una mesa y besar a alguna dama que me figure la imperfección que ahora veo en cualquiera. Mario siempre esta ahí, antes y después de mí, sus abrazos son de lastima y siempre silba al oído del desamparado alguna tonada de alguna canción de Leonard Cohen. Nos hace llorar para luego reír, él la conoció y sabe que debe preguntarme por ella.
No recuerdo la última vez que me vi en un espejo, pero dicen en el pueblo que tengo un rostro triste, una amalgamada condecoración de vejez justo debajo de la sonrisa, la que sale cuando arribo a aquel capítulo que reza la ocasión en que nos quedamos dormidos antes de darnos un beso, la vez que me tropecé en el escalera por seguirla después de un enojo.
Una que otra vez viajo hacia lugares remotos, camino largas distancias con el fin de propagar su leyenda, son días y noches donde el habla no me para, donde me seco por contarla. Son días y noches de aquella alegría que aún me mantiene. Duermo soñando en ese momento en que veía el televisor y ella veía a lo lejos acabarse la sequía. .- Algún día va acabarse ese calor, lloverá. Solía decirme mientras yo miraba en sus labios la oportunidad del próximo beso. Ella tomo el camión justo cuando yo empecé a buscarla.
No tenía amigos, hablaba con todos por igual, jamás confió a nadie algún secreto. Yo, al contrario, todos se los confiaba a Mario. Es él mismo él que nunca entiende bien la historia y siempre me detiene en la calle, me acerca una silla y me pregunta por ella. Todos quieren saber donde se puede conocer a alguien así, yo simplemente le respondo contándole de principio a fin una historia que jamás ha tenido coherencia. Tal vez Mario realmente entiende tanto la situación que hace lo que hace, me deja hablar sobre ella.
Una vez la vi, hace años, regreso buscando un vestido que había dejado por error en la casa de a lado. Yo me dedique a mirarla por la ventana hasta perderla en el horizonte, le dije adiós con la misma quietud con la que se alejaba de mí por segunda vez. Jamás detuve su camino, cuando estuvo a mi lado siempre luche por hacerla feliz, aunque en ocasiones se molestaba que pusiera mi música a todo volumen, que viera mis películas sin color, que me la pasara escribiendo horas y horas vidas que no existen, como bien solía decir. Ahora es distinto, soy todo lo que ella hubiera querido, dedicándome por completo a su recuerdo, salgo todas las mañanas a buscar quien me acerque una silla.
Han pasado muchos años, mi andar se ha convertido en un aletargado caminar, en un sinuoso zigzag que siempre me ha de poner frente al sol. Todo me recuerda a ella y ella me recuerda todo aquello que he vivido.
Sentado me despido del día, todos los días, cuando he de haber contado su historia unas 20 veces; al aire, a las aves, a los niños, a los niños que llegaron tarde, a los visitantes. Dicen que al contar mi historia uno puede entender la vida del pueblo. Yo menciono a Mario, él no ha envejecido, es una especie de Dios, es lo que ella hubiese necesitado. Hace poco me entere que murió. Estaba casada y feliz, fue enterrada con su corazón entero.
En cambio yo aún sigo aquí, pero me acerco a ella a cada día, siento que me llama cada que el corazón se me detiene por escasos segundos. Siento que todo ha de comenzar pronto y sonrío, en la noche, en la soledad de la casa que dejó cuando vio por terminada la sequía.
Posiblemente tomó el camión del camino largo, le gustaban los paisajes, las rosas blancas y los olores fuertes. Posiblemente existió en unos de esos tragos amargos que empine en mi garganta a lado de un desconocido en todos estos años.
Suelo reconocerla cuando envenenado por el alcohol, llego tambaleante a la puerta de mi casa, cuando huelo ese pasto recién cortado y veo la rosa blanca que tanto cuida el vecino. Suelo mirar al faro como un sol y duermo creyendo que el día ha llegado, que hay que empezar de nuevo la vida. Es posible, sí, que ella exista en algún rincón de esta vida. Yo he de buscarla para poder contar su historia después. He de caminar llevando su leyenda, que posiblemente nunca exista, es probable que aún éste muerta.

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