EL BOLSILLO IZQUIERDO
Como bien menciona el mentado titulo, escribí este texto en el tenor de un ambiente navideño. El de la navidad de 2006.
NAVIDA´.
El espíritu navideño siempre es de temer; es el más claro indicador de que el año está por extinguirse. Entonces, claro, aparecen todos esos seriales en la televisión sobre las cosas que sucedieron en ese lapso de tiempo del que una vez más hay que despedirse. Y pues uno, simple mortal, se deja llevar por el sentimiento y comienza el peligroso examen en donde la auto evaluación es el empleo favorito de la estima (sea cual sea la dirección).
Así que ahondado en esos clásicos esquemas de fin de año - y como dicen por ahí; los días comienzan y se acaban - a mí se me han ido terminando todos esos pretextos para que el espíritu de Scrooge apareciese, y con él, los otros espíritus dentro del espíritu de la navidad que vive en el espíritu de la humanidad y los villancicos y las ramas y bla, bla, bla. En fin, en mi aletargado y amargoso caminar, sigo creyendo que esto de la navidad y fin de año no es del todo espiritual sino más bien puro rollo de mercado. Pero, eso sí, que bien se siente ese dolor cuando cala por dentro junto con la sidra y el atasque de la cena acompañado, claro, de la clásica colección de recuerdos mentales de los 12 meses que han de quedar en el olvido.
El espíritu navideño siempre es aterrante, justo desde su ángulo podemos ver el beatlesco camino (largo y sinuoso) de lo que atrás ha de permanecer para los que atrasados vienen caminando. Cambiándonos el horizonte, siempre encontraremos ese pequeño espacio que ya hemos de estar gozando, ese fin de año donde los alipuses serán los protagonistas de las charlas sin sentido; aquellas que conversan con un tiempo inexistente y los sueños de una vida mejor. ¿Qué harás el año que entra? ¿Cómo te trato el año que se va?
Las risas, las risas lo curan todo. Acaso tal vez este año preguntare a mis allegados ¿Reíste mucho el año pasado? ¿Piensas reír mucho este año que comienza? Abrazare con todo el amor a aquel que diga que lo hará hasta mancharse los pantalones, le prometeré hacerlo en conjunto en una de esas vueltas que hemos de tener a la caverna donde nos refugiamos de la realidad, donde bebemos hasta reconocernos como dos individuos que vale la pena escuchar.
El espíritu navideño siempre es temerario, aparece en las mismas fechas y con la misma fuerza. Trae consigo ese mismo discurso de paz que suele consolar por pequeños instantes y que a pocos importa, en su bolsillo guarda esa llave que abre la puerta de su casa y a la cual nunca invita, trae los pies cansados; este año se ha quedado sin automóvil. Siempre lo confundo con un adolescente engreído; sus típicas ganas de cambiar el mundo no me generan otra imagen de él. En ocasiones lo descubro tocando los timbres de mis vecinos y escapando en la noche para no ser descubierto, a veces pienso que es un infante pero la barba lo delata. Esos ojos cansados no los tiene cualquiera. En ocasiones me da tristeza y en otras me da alegrías, sus ganas de generar una vida más fructífera es hilarante, su sueño es comenzar una vida nueva justo a una semana de que termine el año y todo se pierda.
El espíritu navideño no es amigo de nadie, es obviedad del discurso de todos. Es temible, aterrante y temerario. Es un tipo que camina lento porque siempre ha andado en lujo, cada cuando se acuerda de nosotros y se asoma como una ventisca helada que hemos de alumbrar con foquitos y abrazos, con bebida y promesas. Yo lo encuentro fascinante porque en las reuniones “cuasi-obligadas” de estas fechas me topo con historias ajenas que refrescan el sentido y alientan la dirección de las risas por venir. La navidad es un momento que hay que disfrutar, un pretexto para agarrar el cuerpo y calentarlo con licor (y a mitad de la semana). Disfrute usted este día y ría mucho, mucho.
Como bien menciona el mentado titulo, escribí este texto en el tenor de un ambiente navideño. El de la navidad de 2006.
NAVIDA´.
El espíritu navideño siempre es de temer; es el más claro indicador de que el año está por extinguirse. Entonces, claro, aparecen todos esos seriales en la televisión sobre las cosas que sucedieron en ese lapso de tiempo del que una vez más hay que despedirse. Y pues uno, simple mortal, se deja llevar por el sentimiento y comienza el peligroso examen en donde la auto evaluación es el empleo favorito de la estima (sea cual sea la dirección).
Así que ahondado en esos clásicos esquemas de fin de año - y como dicen por ahí; los días comienzan y se acaban - a mí se me han ido terminando todos esos pretextos para que el espíritu de Scrooge apareciese, y con él, los otros espíritus dentro del espíritu de la navidad que vive en el espíritu de la humanidad y los villancicos y las ramas y bla, bla, bla. En fin, en mi aletargado y amargoso caminar, sigo creyendo que esto de la navidad y fin de año no es del todo espiritual sino más bien puro rollo de mercado. Pero, eso sí, que bien se siente ese dolor cuando cala por dentro junto con la sidra y el atasque de la cena acompañado, claro, de la clásica colección de recuerdos mentales de los 12 meses que han de quedar en el olvido.
El espíritu navideño siempre es aterrante, justo desde su ángulo podemos ver el beatlesco camino (largo y sinuoso) de lo que atrás ha de permanecer para los que atrasados vienen caminando. Cambiándonos el horizonte, siempre encontraremos ese pequeño espacio que ya hemos de estar gozando, ese fin de año donde los alipuses serán los protagonistas de las charlas sin sentido; aquellas que conversan con un tiempo inexistente y los sueños de una vida mejor. ¿Qué harás el año que entra? ¿Cómo te trato el año que se va?
Las risas, las risas lo curan todo. Acaso tal vez este año preguntare a mis allegados ¿Reíste mucho el año pasado? ¿Piensas reír mucho este año que comienza? Abrazare con todo el amor a aquel que diga que lo hará hasta mancharse los pantalones, le prometeré hacerlo en conjunto en una de esas vueltas que hemos de tener a la caverna donde nos refugiamos de la realidad, donde bebemos hasta reconocernos como dos individuos que vale la pena escuchar.
El espíritu navideño siempre es temerario, aparece en las mismas fechas y con la misma fuerza. Trae consigo ese mismo discurso de paz que suele consolar por pequeños instantes y que a pocos importa, en su bolsillo guarda esa llave que abre la puerta de su casa y a la cual nunca invita, trae los pies cansados; este año se ha quedado sin automóvil. Siempre lo confundo con un adolescente engreído; sus típicas ganas de cambiar el mundo no me generan otra imagen de él. En ocasiones lo descubro tocando los timbres de mis vecinos y escapando en la noche para no ser descubierto, a veces pienso que es un infante pero la barba lo delata. Esos ojos cansados no los tiene cualquiera. En ocasiones me da tristeza y en otras me da alegrías, sus ganas de generar una vida más fructífera es hilarante, su sueño es comenzar una vida nueva justo a una semana de que termine el año y todo se pierda.
El espíritu navideño no es amigo de nadie, es obviedad del discurso de todos. Es temible, aterrante y temerario. Es un tipo que camina lento porque siempre ha andado en lujo, cada cuando se acuerda de nosotros y se asoma como una ventisca helada que hemos de alumbrar con foquitos y abrazos, con bebida y promesas. Yo lo encuentro fascinante porque en las reuniones “cuasi-obligadas” de estas fechas me topo con historias ajenas que refrescan el sentido y alientan la dirección de las risas por venir. La navidad es un momento que hay que disfrutar, un pretexto para agarrar el cuerpo y calentarlo con licor (y a mitad de la semana). Disfrute usted este día y ría mucho, mucho.
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