EL BOLISLLO IZQUIERDO
Esta es la primera columna que sale al mismo tiempo en que se publica en cierto diario local.
Esta es la primera columna que sale al mismo tiempo en que se publica en cierto diario local.
Como es de algunos sabido, hace unos cuantos días se celebró en nuestro país el dizque grito de independencia; y como bien menciono en alguna parte del siguiente texto, todos los años me doy a la tarea de escribir sobre este disimulo. He aquí la de este año…
EME, E, ACENTO, EQUIS, I, CE Y O.
Los tequilas se fueron traspapelando. Lenta y sigilosamente mutaron “milagrosamente” en unos muy comunes - y por tanto corrientes - whiskys escoceses, en la igual tarda y falsa celebración de la primera quincena de Septiembre.
Los tricolores adornos que engalanaban con mísero intento el techo - muy a principios de la ya tradicional fiestas de pretexto - formaban parte ya de la impureza del suelo; todos los pesos y centavos que habían costado los papeles maché y china eran ahora pisoteados por los ex-bebedores de tequila.
Confieso abiertamente que entre todas las dudas que me han mantenido incesantemente con vida durante todos estos años; una es la que en particular nace y renace siempre cuando se acerca el ya rebasado 15 de septiembre. ¿Por qué si celebramos la independencia disimulamos todo a la usanza de la revolución? Ya saben; sombreros de palma, adelitas, rebozos, nopales, botas de piel tipo charro, hebillas vistosas y el ya exhibido tequila (la fiel voz de la sinceridad del mexicano). En lo personal, preferiría un estilo más Victoriano.
En fin, supongo que hay cosas que no tienen una respuesta del todo clara; cosa que me he respondido románticamente en cada ocasión con el sencillo rezo de vivir en una tierra surrealista por naturaleza. ¿Por qué nos vestimos como revolucionarios en la “celebración” de independencia si eso fue 100 años después? Es el México surrealista me digo, me apapacho y me alejo del tequila, prefiero el Ron y esa es mi libertad.
Los tequilas, pues, se habían traspapelado, mejorado o empeorado según el gusto del cliente. Los tricolores eran ya parte del prado urbano del festejo, el fin se había perdido como en todo fin de semana, el pretexto inicial yacía oculto y sedimentado en la botella de tequila que poco tenía de morir. Y mientras los corazones rotos se zurcían de nueva cuenta en los primeros compases del estereotipado y vulgar cántico puertorícense, los cuerpos se fundían en un candente baile sin sentido, dejando atrás toda tradición vencida, se dejaban conquistar, pues, por el sentido común de una vida cualquiera. Los símbolos eran pisoteados por todo el conjunto.
Algunos - los recalcitrantes puristas - bien pudieron sentirse ofendidos. ¡Miren que dejar atrás todo lo que implica ser conacionales! Pero yo no, no me ofendo, ni cristianizo ni maldigo. Año tras año escribo en este espacio acerca del sobrevaluado festejo de independencia. Todo pasa/ nada pasa.
Mucho se ha dicho ya de que en realidad no somos ni independientes, ni libres y muchos menos autónomos, pero en un discurso ampliamente más vencido como el mío, lo razonó de una manera un poco menos acorde con la moral patriótica que nos debería enorgullecer. Lo más cercano a la libertad que podemos llegar a tener, es simple y llanamente la subordinada elección de la cultura de masas.
El mexicano es una mezcla de todo aquel que nos ha vertido (y de los que nos verterán) un poquito de flagrante cultura populachera (no tanto popular), multiplicada a la potencia de la irracional naturaleza surrealista que siempre he defendido. El mexicano, pues, es un coqueto muñeco voodoo vestido de charro futbolero con cerveza en mano - por aquello de que se nos desarrolle la costumbre del deporte - y actitud de galán machista pueril y contracultural que en ocasiones le da por vestirse con la camisa de moda (en los tonos de la temporada), con la absurda creencia de que siendo una homogénea plasta para con el todo, llamará más la atención. El mexicano es creencia vil, por eso la virgen, la policía y el fútbol, por eso cuando El Papa vino a esta tierra lo inmortalizamos con la rola de un brasileño. Por eso adoptamos a cuanto “artista” de las bajas legiones del mundo; porque somos creencia y creemos en él. Por eso celebramos la independencia con toques mexicanos que después pisamos; porque pretendemos lo que se debe en cada contexto que nos es dado.
EME, E, ACENTO, EQUIS, I, CE Y O.
Los tequilas se fueron traspapelando. Lenta y sigilosamente mutaron “milagrosamente” en unos muy comunes - y por tanto corrientes - whiskys escoceses, en la igual tarda y falsa celebración de la primera quincena de Septiembre.
Los tricolores adornos que engalanaban con mísero intento el techo - muy a principios de la ya tradicional fiestas de pretexto - formaban parte ya de la impureza del suelo; todos los pesos y centavos que habían costado los papeles maché y china eran ahora pisoteados por los ex-bebedores de tequila.
Confieso abiertamente que entre todas las dudas que me han mantenido incesantemente con vida durante todos estos años; una es la que en particular nace y renace siempre cuando se acerca el ya rebasado 15 de septiembre. ¿Por qué si celebramos la independencia disimulamos todo a la usanza de la revolución? Ya saben; sombreros de palma, adelitas, rebozos, nopales, botas de piel tipo charro, hebillas vistosas y el ya exhibido tequila (la fiel voz de la sinceridad del mexicano). En lo personal, preferiría un estilo más Victoriano.
En fin, supongo que hay cosas que no tienen una respuesta del todo clara; cosa que me he respondido románticamente en cada ocasión con el sencillo rezo de vivir en una tierra surrealista por naturaleza. ¿Por qué nos vestimos como revolucionarios en la “celebración” de independencia si eso fue 100 años después? Es el México surrealista me digo, me apapacho y me alejo del tequila, prefiero el Ron y esa es mi libertad.
Los tequilas, pues, se habían traspapelado, mejorado o empeorado según el gusto del cliente. Los tricolores eran ya parte del prado urbano del festejo, el fin se había perdido como en todo fin de semana, el pretexto inicial yacía oculto y sedimentado en la botella de tequila que poco tenía de morir. Y mientras los corazones rotos se zurcían de nueva cuenta en los primeros compases del estereotipado y vulgar cántico puertorícense, los cuerpos se fundían en un candente baile sin sentido, dejando atrás toda tradición vencida, se dejaban conquistar, pues, por el sentido común de una vida cualquiera. Los símbolos eran pisoteados por todo el conjunto.
Algunos - los recalcitrantes puristas - bien pudieron sentirse ofendidos. ¡Miren que dejar atrás todo lo que implica ser conacionales! Pero yo no, no me ofendo, ni cristianizo ni maldigo. Año tras año escribo en este espacio acerca del sobrevaluado festejo de independencia. Todo pasa/ nada pasa.
Mucho se ha dicho ya de que en realidad no somos ni independientes, ni libres y muchos menos autónomos, pero en un discurso ampliamente más vencido como el mío, lo razonó de una manera un poco menos acorde con la moral patriótica que nos debería enorgullecer. Lo más cercano a la libertad que podemos llegar a tener, es simple y llanamente la subordinada elección de la cultura de masas.
El mexicano es una mezcla de todo aquel que nos ha vertido (y de los que nos verterán) un poquito de flagrante cultura populachera (no tanto popular), multiplicada a la potencia de la irracional naturaleza surrealista que siempre he defendido. El mexicano, pues, es un coqueto muñeco voodoo vestido de charro futbolero con cerveza en mano - por aquello de que se nos desarrolle la costumbre del deporte - y actitud de galán machista pueril y contracultural que en ocasiones le da por vestirse con la camisa de moda (en los tonos de la temporada), con la absurda creencia de que siendo una homogénea plasta para con el todo, llamará más la atención. El mexicano es creencia vil, por eso la virgen, la policía y el fútbol, por eso cuando El Papa vino a esta tierra lo inmortalizamos con la rola de un brasileño. Por eso adoptamos a cuanto “artista” de las bajas legiones del mundo; porque somos creencia y creemos en él. Por eso celebramos la independencia con toques mexicanos que después pisamos; porque pretendemos lo que se debe en cada contexto que nos es dado.
2 comentarios:
Wirigol!! pues nada mas pasando x tu blog para chekar los poemas vaaaaaaaaaaaaaya y estoy ya al borde del llanto peeeeeeeeeeero mala onda jajaja!! la verdad stan muy muy padres y eso knsiste en k son bastante reales, lo cual es una prueba de que la realidad nunca deja de ser poetica , y por k no? linda y dolorosa ! bueno pues no vemos kn la uni!! ciaao!!
Totalmente de acuerdo con tu colucna, pero tristemente debo decir que la razon por la que no festejamos a lo "victoriano" es por una pregunta que (si no toda) la mayoria de la poblacion mexicana se hace
¿¿¿¿Que diablos es Victoriano????
Deyanira
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